ARTICULO

LA MASACRE DE MONTREAL 25 años más tarde

11 de Diciembre de 2014 a las 09:46

anabelle-chacon
Por: Anabelle Chacón Castro
 
El 6 de diciembre de 1989 en Montreal,  en la Escuela Politécnica,  se suscitó una masacre que no tiene parangón en Canadá. Trece jóvenes estudiantes mujeres (doce de ingeniería y una de enfermería) y una administrativa fueron asesinadas por Marc Lépine. 
 
 
En un acto de odio contra las mujeres, Lépine entró en la clase, separó a los hombres de las mujeres y las enfiló contra la pared para proceder a dispararles, matando a nueve con su rifle semi automático de caza, para luego ir por los corredores y la cafetería donde mató a las otras seis, hirió a cuatro estudiantes hombres y diez estudiantes mujeres, para finalmente suicidarse. Sus últimas palabras fueron lapidarias: “Ustedes son un grupo de feministas y yo odio a las feministas”. En veinte minutos tuvo lugar el mayor crimen masivo que se ha dado en Canadá, el pecado… el de siempre, ser mujer. Lépine, un estudiante menor que el promedio, con un historial de deserción y rechazo, más que por sus calificaciones, por su actitud; se sentía opacado por sus compañeras que lo superaban y, en su frustración, las culpaba de todos sus fracasos.
 
 
En la nota de suicidio, encontrada en su bolsillo, había una lista de diecinueve nombres de mujeres que él había escogido para matarlas. Una de ellas, que no fue asesinada, Francine Pellitier es, actualmente, una prominente periodista que en los 80 ya había fundado el periódico “La vida es rosa”.  En ese tiempo, Pellitier era (y todavía lo sigue siendo) una feminista. Ahora, ella comenta como Lépine fue visto por muchos como un héroe y ella misma recibió llamadas que decían que ellos iban a terminar el trabajo que Lépine comenzó. Para Pellitier, han pasado veinticinco años y la situación para la mujer no ha cambiado como debería, así lo confirman ahora muchas denuncias sobre hechos pasados sobre la violencia a la que está sometida la mujer.
 
 
En los años 80, yo era estudiante de la Escuela Politécnica Nacional en Quito, una universidad especializada en carreras de ingeniería, ciencia y tecnología. No un sitio adecuado para una mujer. En el primer semestre, éramos dos o tres en una clase de sesenta hombres. Los abusos verbales a los que estábamos sometidas eran crueles. Hasta los profesores nos decían qué hacemos allí, que la ingeniería no era para mujeres, que el lugar que nos correspondía era la cocina. Incluso, un profesor de cálculo, siempre hacía pasar a la pizarra a las mujeres, para demostrar nuestra ignorancia y no paraban sus humillaciones hasta que una de nosotras no saliese llorando. Personalmente, me llamaban la Chilindrina y me trazaban mi ruta con tiza, desde la entrada del edificio siguiendo por las gradas y el corredor hasta llegar a mi pupitre. El trazo del camino tenía escritos mensajes como: “¿Qué haces aquí?, ¿Por qué no te vas?”. Cuando por A o B, me descuidaba de mis libros o cuadernos, me los pegaban con chicle o me arrancaban las hojas. 
 
 
En fin, eran tiempos difíciles para las pocas que éramos y todas teníamos que batallar las mismas cosas y seguir a pesar de los insultos y amenazas. Sin embargo, lo más extraño era que todos estos vejámenes provenían de los estudiantes más vagos y, por coincidencia, fueron estos los que no llegaron a graduarse. A pesar de todo eso, llegué a ser la primera presidenta mujer, de los estudiantes, en una universidad de una mayoría masculina. Pese a que en un debate, un candidato hombre lo inició diciendo: “Cualquier cosa que digas, yo voy a estar en tu contra”, en una muestra de una total irracionalidad, mientras me apuntaba amenazante con su dedo.
 
 
La semana pasada se dio un evento en la Escuela Politécnica de Montreal, por sus pasillos desfiló una procesión de catorce parejas de estudiantes, hombre y mujer, vestidos de blanco y negro. El hombre portaba el retrato de una estudiante muerta y la mujer una rosa; y, en un momento de la ceremonia, cada muchacho tenía que decir un pensamiento sobre el hecho.  Las palabras que más me llegaron fueron dichas por Jie Shi, un joven estudiante de ingeniería, que dijo mientras sostenía el retrato de una de las víctimas: “Desearía decirle a ella que lo siento. En nombre de todos los chicos, digo que lo siento. Hombres y mujeres somos iguales”, palabras que fueron complementadas con las de Tenzin Losel: “Quisiera que ella estuviese aquí. Feminismo es una doctrina que aboga por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Yo apoyo el feminismo”.
La masacre de Montreal, me ha tocado particularmente el corazón, porque yo también fui estudiante politécnica y sé lo que es desenvolverse en un mundo netamente de hombres, ya que se piensa – absurdamente -  que las ciencias tienen género y es , exclusivamente, masculino. Aunque lo peor es que lo que se aplica a las ciencias todavía se sigue aplicando al mundo.

Comentarios

escribenos