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La economía política de la protesta social

19 de Septiembre de 2016 a las 19:06

Angel Alvarez

Por: Ángel E. Álvarez, PhD

Para algunos la cuenta es sencilla: si la gente está insatisfecha con actos del gobierno y, más aún, si hay que cambiar a un gobierno corrupto e ilegal, es lógico que la gente proteste enérgicamente. Si no lo hacen es por desidia o complicidad. Nada más alejado de la realidad.
 

En la retorica política ordinaria de los líderes, gente común y ciertos analistas, la protesta socio-política es un asunto de valentía, dignidad, orgullo patrio o voluntad de lucha. El arrojo y la voluntad pueden ser  importantes en política a veces, pero por lo general los eventos políticos son bastante menos complicados que los asuntos de la adrenalina y el hipotálamo.
 

Nadie se embarca en una nave que de antemano sabe que no llegará a puerto. La participación política de masas es el resultado de la diferencia entre la importancia que el resultado tiene para cada persona que decide si participa o no, y el costo que para ella la posible represión de la protesta y la persecución política posterior. Ambas cosas son multiplicadas por la probabilidad de que la participación de esa persona en particular haga alguna diferencia en el logro del resultado deseado.
 

Quienes protestan buscan un cambio de políticas gubernamentales o, en casos extremos, un cambio de gobierno o de régimen político. Todos estos son bienes públicos y, por tanto, indivisibles. Todo aquel que padece la situación o el régimen indeseable se beneficiara por igual del cambio político, participe o no de la protesta. Además, cada individuo tiene un peso insignificante en la suma de las miles o millones de personas cuya participación es necesaria para producir el cambio. La pregunta clave, entonces, es ¿por qué hay gente aun así que participa en las protestas? Queda claro que respuesta no la da la importancia del resultado esperado, por heroico que este pueda parecer.
 

El asunto es principalmente de costos. En ellos hay que considerar no solo los directos, sino también los de oportunidad. No solo es importante descontar el temor a ser reprimido, eventualmente detenido, posiblemente torturado físicamente o sicológicamente  y tal vez asesinado. También es muy importante tener en cuenta aquellos costos en los que la persona incurre por no hacer otras cosas valiosas para ella mientras está protestando.
 

De lo anterior se infiere la ventaja de la protesta pacífica, con bajo chance de tornarse violenta, frente a protestas expresamente violentas. Igualmente, la efectividad de las protestas contra un gobierno que no puede reprimir violentamente de forma ilimitada es muy superior a las protestas contra a una tiranía violenta y desembozada.
 

En la columna de costos, los más importantes son los de oportunidad. Es mucho más económico protestar si la gente tiene tiempo y espacios libres para hacerlo. Si, para protestar, esa misma gente tiene que dejar de hacer otras cosas valiosas en espacios alejados de su zona de seguridad personal, el éxito de la protesta sostenida en el tiempo es mucho menor. Por ello, un gobierno opresivo no solo reprime las protestas, sino que las previene haciendo uso de la amenaza, limitando severamente los espacios en los que son permitidas y, principalmente, manteniendo a la gente tan ocupada en otras cosas indispensables para ellos que no les queda tiempo para protestar.
 

Paradójicamente,  entonces, cuando y donde hay importantes motivos para protestar, las protestas tienden a ser menos frecuentes o más débiles que donde los motivos son menos urgentes. En un régimen altamente opresivo en lo político y lo económico, con severa escases de alimentos y medicinas, alta inflación y desempleo, la gente puede tener más motivos para protestar. Pero con frecuencia, estas protestas son menos multitudinariamente y sostenidas en el tiempo que en otro régimen en el que existan algunas garantías políticas y cierto bienestar económico.
 

No es un asunto de valentía, sino de economía de esfuerzos. Por eso, los peruanos protestaron masivamente y con éxito contra Alberto Fujimori en 2000. El régimen era opresivo y protestar era costoso, pero no tanto como para quedarse sin comer. Por  la misma razón, los venezolanos no protestan hoy contra Nicolás Maduro, con la frecuencia y contundencia que usaron contra Hugo Chávez del 2000 al 2003. No solo  ocurre que el gobierno de Maduro ha sido mucho más represivo que el de Chávez,  ni que los venezolanos se hayan vuelto insensibles por una suerte de desesperanza aprendida. Lo que ocurre es que en la desesperada búsqueda de la muy escasa  comida y medicinas que se consiguen, a los venezolanos se les va la vida sin tiempo para más nada que tratar de sobrevivir.  En su balance, sobrevivir es más útil que protestar.

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