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Hablando Claro - MI PADRE En el Día del Padre

17 de Junio de 2013 a las 16:57

Es un año de su partida y el segundo Día del Padre sin él. La figura paterna en el

ser humano es un punto de equilibrio en el desarrollo de la personalidad porque su figura representa bienestar y autoridad, aunque siempre se ha visto eclipsada su presencia por la grandeza y veneración que existe hacia la madre.

En los primeros recuerdos que tengo de mi vida, a mi memoria viene mi padre con su carácter enérgico y estricto. Yo no quería ir al Jardín de Infantes.

Al ser la última de cinco hijas, en ese entonces, era la consentida de mi madre y se negaba verme partir y quedarse sola en la casa. Mi padre no aprobó Dia del padreesa situación y fue él quien personalmente me tomó de la mano, al día siguiente y me llevó caminando a la escuela, donde las monjitas franciscanas me esperaban con ternura no solamente por recibir a una alumna nueva, sino por ser la hija del Gobernador.

Sor María Azucena saludó con mi padre, que lucía gallardo su uniforme verde oliva y ostentaba el grado de Mayor. El depositó un beso en mi frente y cedió mi manita a la monja para que me llevase al aula, cuando lo vi bajar las gradas, me apresuré a soltarme y salté sobre su espalda donde con un movimiento rápido me sostuvo y se equilibró para que los dos no cayésemos por los escalones.

Pasé de su espalda a sus brazos y yo no lograba contener mis lágrimas y rogarle que no me dejase en ese lugar que para mí significaba miedo por ser arrancada de mi hogar.

Mi padre entendió que todavía no estaba preparada para ir a la escuela y me tomó como compañera infaltable de sus faenas diarias. Fue así que recuerdo que presenciaba los partes militares, parada silenciosamente a su lado cuando el dada las órdenes a los soldados.

Recuerdo que me llevó a presenciar un entrenamiento de paracaidistas y yo los veía como caían y enredaban sus aparejos como si se tratase de una película de guerra. Me llevaba sentada a su lado en su Jeep militar por todo el campamento.

Pero no todo era diversión, porque un día fuimos a la carpintería y le hizo unos trazos en un papel al carpintero y recuerdo que le dijo que quería cinco de estos. A los pocos días, una camioneta llegó a la casa y desembarcó el encargo.

Eran cinco pupitres de madera, uno para cada hija, pintados de plomo. Se convertían en sillas, y debajo del asiento tenían un compartimiento para guardar los útiles escolares. Cuando se bajaba el respaldar, este se convertía en asiento y el asiento de la silla pasaba a ser la mesa del pupitre. Los dispuso en el patio de la casa y mi madre iba a ser la maestra.

Para mis hermanas mayores para que practiquen la escritura con tinta y pluma, en papel de lino y sobre el amarillento papel secante; y, para mí para que aprenda a leer y a escribir. Fue allí donde di mis primeros trazos caligráficos y luego perfeccione la escritura con los cuadernos de letra inglesa de cuatro líneas, que llené la colección de doce.

La figura paterna permaneció ausente en mis años de adolescencia, quizás por trabajo o tal vez porque, como mujer, la relación con mi madre me identificaba más. Sin embargo, compartí sus aventuras de explorar y descubrir la historia.

Fui con mi padre a hacer el levantamiento topográfico de la fortaleza inca de Rumicucho, ubicada en el sector de la Mitad de Mundo al norte de Quito, cuando todavía no era ni expropiada el área; lo mismo con las pirámides de Cochasquí, cuando pertenecían a una hacienda donde se cultivaba maíz y piretro y nadie sabía a ciencia cierta de su existencia.

Le ayudé a dibujar los mapas para uno de sus libros de cuentos y leyendas de su ciudad natal.

Pero el momento que compartí con más intensidad con mi padre, fue cuando formé mi hogar y tuve mis hijos y la maternidad me había absorbido tanto que el último obstáculo para graduarme de Matemática, la tesis, se me volvía insuperable.

Fue entonces cuando él más me empujó, no había oportunidad que desaprovechara para recordármela, hasta el cansancio, cuando me atreví a decirle que yo ya era una mujer y yo sabría si me graduaba o no; ante lo cual, me dijo que su tarea de padre no estaría cumplida si él dejase de insistir y yo no me graduase.

Con toda la persistencia del mundo me dijo que si ya estaba cansada de escucharlo que simplemente me graduase y se acababa el problema. Finalmente, lo hice y efectivamente, se acabó su cantaleta. Quizás sin su perseverancia yo no habría logrado.

Pero fue al final de su vida cuando más le debo. Cuando fui a despedirme de él con mis hijos y su figura de padre creció y se multiplicó hacia la de abuelo. En esa ocasión, de visita en Ecuador, fuimos con mis hijos a visitar el Templo de la Patria, donde está toda la historia de la guerra de emancipación del Ecuador y se encuentran las campañas militares por la lucha por la independencia.

Cuando veíamos esto, les dijo a mis hijos “Esto hizo su abuelo”, ellos ya jóvenes entendieron la magnitud de la figura de mi padre. Incrédulos todavía, llegamos a la casa de mis padres y mis hijos le preguntaron a mi padre sobre lo que habían visto en el museo.

El con las pocas fuerzas que le quedaba, pero caminando por su propio pie con la templanza del soldado que siempre fue, se dirigió a su estudio y trajo su libro y les mostró a mis hijos y les explicó.

Ellos, totalmente sorprendidos, se dieron cuenta que lo que habían visto era exactamente a los estaba en el libro escrito por su abuelo.

Mi padre cumplió conmigo como padre con su última tarea al aconsejar a mis hijos. Me dijo que hijo mayor, Alberto, le hizo la promesa de cuidar de su hermano y de mí; y, de estudiar su maestría.

Pero su mejor regalo como padre lo recibí cuando mi hijo menor, Ricardo, me dijo: “Mami, el abuelito es el hombre que yo quiero llegar a ser”. Padre no es el que engendra, sino el que cría y da ejemplo.

Descansa en paz, Papi y gracias no solamente por haber sido mi padre, sino por haber sido abuelo, lo que te ha convertido en doble padre.

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