ARTICULO

En el Aniversario del 30-S

26 de Septiembre de 2018 a las 09:39

EN EL ANIVERSARIO DEL 30-S

por: ANABELLE CHACON CASTRO

El 30 de septiembre del 2010 fue un día fatídico para la historia del Ecuador que, recién ahora, se está descubriendo la verdad de todo el drama armado por Rafael Correa, en donde hubo muertos, gente inocente sentenciada, exiliados y una persecución absurda para satisfacer el narcisismo en un gobernante que enfrenta un juicio por secuestro y que tiene una lista de espera de otros por corrupción y por delito de lesa humanidad por el 30-S.

Cuando supe de este hecho publiqué, en un medio impreso, un artículo llamado ¿Hasta cuándo, Rafael Correa? Hasta la vuelta, Señor.  Este mismo articulo se encuentra en redes en el portal digital de la Revista Debate y fue posteada por Oscar Vigil el 3 de octubre del 2010, el cual lo replico ahora a continuación por haber sido profético a la situación que ahora se investiga en el Ecuador y que se espera que Correa sea acusado por haber ordenado el rescate de un secuestro que nunca existió y haber inventado la historia de un golpe ‘blando’ de estado, con el cual mucha gente fue acusada, sentenciada y perseguida para sostener la mentira fabricada por Correa.  Y decía así:

“Si Usted es ecuatoriano, con toda seguridad sabrá la leyenda del Padre Almeida, un cura franciscano bohemio que usaba al Cristo, que colgaba en la pared del convento, como escalera para alcanzar la ventana y escaparse en las noches en búsqueda de saciar sus propios placeres. Tal era su descaro, que un día el Cristo cansado de estas aventuras, le preguntó: ¿Hasta cuándo, Padre Almeida? Y él sin ningún reparo le contestó: Hasta la vuelta, Señor.

Esta leyenda nos sirve de introducción para los hechos que han acaecido en el Ecuador el día 30 de septiembre, donde se ha montado una ‘opereta’ según la acertada definición del presidente Correa.

Los hechos son que el Ecuador ha derrocado (en forma totalmente pacífica) presidentes, sin la necesidad de enfrentarse en armas; que en todo ‘golpe de estado’, alguien reclama el poder para sí, sin embargo el día 30 nadie en el Ecuador lo hizo; que en un secuestro, yo asumo que el secuestrado no tiene acceso a la comunicación (celular) ni a moverse libremente por los pasillos; que ir a buscar un enfrentamiento en lugar de llamar al diálogo no es una posición madura de alguien que gobierna un estado; que desanudarse la corbata y poner el pecho para que me maten cae más en lo ridículo que en lo heroico; que se pida respeto cuando en público (cadenas sabatinas) se vapulea a todo quien no está de acuerdo conmigo y se hace gala del lenguaje más soez.

Poniendo los puntos en claro, podemos decir que hubo golpe de estado, cuando el supuesto mentalizador del mismo (Lucio Gutiérrez, de quien tampoco soy admiradora) estaba de observador de las elecciones de Brasil y en ningún momento reclamó el poder. ¿Hubo secuestro? Cuando el secuestrado estuvo todo el tiempo hablando por teléfono celular. 

En ningún momento estoy de acuerdo con la ruptura de la democracia, pero creo que el Ecuador es digno de mejor suerte que la del 30 de septiembre donde se hizo gala de un uso innecesario de una violencia sin precedentes por el carácter autoritario, explosivo y hasta inmaduro del presidente Correa que, hábil para el melodrama, se mostró incapaz de resolver un simple insubordinación de un grupo de policías y al carecer de la capacidad de diálogo hizo lo que mejor sabe hacer: agredir, sin medir las consecuencias de sus actos y poner al país al borde de caos y en una situación que ninguno de sus antecesores, que él mismo ha criticado tan burdamente, han hecho.

¿Cuál es la lección que Correa nos deja a los ecuatorianos? Que es capaz de todo con tal de imponer su voluntad y que va a seguir haciéndolo sin importar nada, porque ni siquiera le importó que corriera sangre y seguirá usando la escalera de la intimidación para satisfacer su ego.

Valdría entonces que ese mismo Cristo crucificado, que vio al Padre Almeida en sus andanzas y que el 30 de septiembre vio a los ecuatorianos matarse entre sí, en una situación que pudo haberse evitado, le pregunte al presidente: ¿Hasta cuándo, Rafael?… pero quizás encontremos que la inefable respuesta sería: ‘Hasta la vuelta, Señor’ porque él mismo sentenció que ‘No habrá ni perdón ni olvido’.  ¿Fue todo esto realmente necesario? Usted tiene la palabra.”

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