ARTICULO

COLONIA DE SACRAMENTO

18 de Septiembre de 2013 a las 19:03

Camino Real en Colonia del Sacramento, Uruguay

Donde el tiempo se detuvo

Uruguay es un país pequeño pero de espíritu grande.  Con sólo tres millones de habitantes, derrocha  encanto en todos sus paisajes.  Arribar en el Buque Bus, desde Buenos Aires, dejando atrás una metrópoli como Buenos Aires, hace que cualquier lugar luzca pequeño.  Pero Montevideo se muestra como una ciudad modesta, discreta, de avenidas anchas, pero espacios acogedores.  No se ven edificios altos, opulentos, los pobladores simplemente dicen “es que nos los necesitamos”; y, al no ser los edificios altos, Montevideo luce cómoda con espacios amplios.  Su gente es sencilla, amigable, de fácil conversación y diálogo ameno.  Al caminar por sus calles se respira tranquilidad y confianza, como que todo el mundo anda sin prisa. 
El cielo uruguayo es diferente.  Un celeste muy tenue que muestra todas las gamas en contraste con el mar, como si fuese pintado con acuarela.  Caminar por la Rampla permite contemplar la fusión de los añiles, oscuro para el mar, claro para el cielo. Inspira a cualquiera, quizás aquí nació la inspiración de Benedetti y la sapiencia de Galeano.  En la paz que se respira se puede caminar por horas sin sentir más que la breve brisa marina que tiene un sabor mezclado todavía entre la sal del océano y el dulce del Río de la Plata.
La Ciudad Vieja, en Montevideo, se inicia con el Palacio Salvo, donde Gerardo Matos escribió “La Cumparsita”, muestra clara de que la historia uruguaya no puede separarse de la argentina.  Ya que muchos creen que algo es argentino, cuando es –legítamente- uruguayo.  Como el tango o Carlos Gardel o el maté; pero estas disputas existen siempre entre los países vecinos y se vuelven intrascendentes, porque –para mí- lo único que debe importar es que tenemos las mismas raíces, las mismas tradiciones, que las fronteras (o gobiernos) no han logrado separar y que somos capaces de compartirlas sin importar de dónde vengan.
Este palacio es emblemático en la capital charrúa y data de 1912 así como la mayoría de la arquitectura capitalina, con el mismo estilo de sus homólogas, Santiago y Buenos Aires, que no presentan mucha arquitectura colonial y más bien se nota la del siglo veinte.  Este hecho particular hace que estas ciudades sean amplias, contrariamente a lo que presentan otras capitales en sus centros históricos, como Quito y Lima, cuyas calles son angostas porque se preservan desde la época de la Colonia.  Desde el Palacio Salvo hacia el oeste se extiende la Ciudad Vieja, muy noble y vistosa, solo la limita el mar. En este sector de la ciudad no podía faltar la visita obligada a La Passiva, para comer los exquisitos sánduches uruguayos.
Pero lo mejor todavía estaba por verse.  En el trayecto recorrido en bus, tomado en Tres Cruces, hacia Colonia de Sacramento, se puede apreciar a Uruguay en su plenitud.  Muchos ranchitos hay en el camino, se podría decir que no hay sitio despoblado.  La particularidad es que, aunque tenga un espacio extendido de tierra, las casas que construyen son pequeñitas y pintorescas, como sacadas de un cuento, parecería que todos se pusieron de acuerdo en las medidas; esto hace pensar lo innecesario del derroche, basta con lo suficiente.
Al arribar a Colonia de Sacramento, lugar que siempre quise conocer, las expectativas sobrepasaron lo esperado.  Fundada en 1680 por el portugués Manuel Lobo, su estructura no ha cambiado, pese a que ha pasado de manos de portugueses a españoles, de españoles a brasileños, a uruguayos; en fin, nadie les puede culpar por querer preservar esta joya.  Simplemente, en Colonia se detuvo el tiempo.  Con menos de treinta mil habitantes, luce vacía, fantasmagórica, pero no esos espíritus malignos sino de los benignos, de los que protegían a Tabaré en sus andanzas, porque sus ojos azules tiene que haberlos obtenido del mar y del cielo uruguayo, al menos así yo lo creo; y, el pueblo donde vivía su amada Blanca debe haber lucido como luce Colonia, es que sus calles lo dicen, su espíritu se siente.  No sé por qué siempre pensé que Juan Zorrilla de San Martín describía en su libro a este sitio. Porque Zorrilla de San Martín hablaba de Tabaré como si fuera su hijo, el predilecto, el que con su muerte dio origen a la garra charrúa. Pero no importa si no fue así, lo que sí puedo pensar es que estos paisajes inspiraron sus versos que se han vuelto el orgullo nacional.
Caminar por las empedradas calles de Colonia de Sacramento es una delicia, sobran las palabras, los comentarios.  Cada una de sus piedras debe tener una historia que contar pero las guardan como testigos mudos de historia incontables.  Los muros se adornan con flores que anuncian la primavera sureña.  La plaza principal se encuentra rodea de pequeños restaurantes que ofrecen los mejores manjares.  El recorrido por todos sus pasajes no deja de maravillar.  Se ven los patios de antaño, los muros que resguardan la ciudad, la puerta de entrada, el puente, el faro, el malecón. Hasta fue grato escuchar el chasqueo de los cascos de un caballo que jalaba una carreta, esto se vuelve música para los oídos y nos traslada al tiempo antiguo por la parsimonia con la que el equino se mueve, con la mirada al frente, indiferente a los extraños.  En otra calle no falta un auto viejo, que se ha vuelto parte del paisaje, que nos sigue manteniendo en el pasado, quizás un pasado más reciente que el que nos recuerda el caballo, pero pasado al fin.  Como decía Jorge Manrique en una de sus coplas: “…cuán presto se va el placer; como después de acordado, da dolor; como a nuestro parecer; cualquiera tiempo pasado… fue mejor.”
Qué difícil fue decir adiós a Colonia, como si fuese un amor lejano, que no se quiere abandonar, que siempre debe permanecer.  Es que esta pequeña villa se le clava a uno en el corazón, sus rincones los guarda en la retina y su recorrido en la memoria.  Al subir al barco, agitaba la mano a sus luces lejanas, que emergían titilantes en el anochecer rosado.  No dejaba de contemplar a Colonia pidiéndole que no me olvide, como yo no lo haré nunca.  Y mientras digo adiós, tomo mate y evoco el poema de Benedetti: "Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto… por fin me necesites”, si esta es mi estrategia solamente me falta encontrar la táctica para concordar con el poeta.
Si va a Colonia de Sacramento, vaya callado, con el alma en paz, a encontrarse a sí mismo, a mirar el paisaje, a recorrer sus calles, caminar por su plazuela, disfrutar de la brisa, a contemplar el atardecer.  Pero sobre todo, si va a Colonia de Sacramento no tenga prisa, porque ahí el tiempo se ha detenido.  Sinceramente, es uno de los sitios más lindos que he visitado.
 

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