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Caminito que el Tiempo ha Borrado

12 de Septiembre de 2013 a las 12:35

Una breve visión de Buenos Aires

Anabelle Chacon Castro

En la Plaza de Mayo con los pañuelos blancos de la madres y abuelas.

Mi periplo a Argentina comenzó con un vuelo desde Santiago a Mendoza que fue impresionante por la rapidez y la intensidad del mismo.  El avión despego con una dirección totalmente empinada para lograr sobrepasar los majestuosos Andes que están resguardando Chile, pero si el ascenso fue precipitado, el descenso fue aún más fuerte.  Para sorpresa de los viajantes, en ningún momento el avión se puso horizontal ni dio tiempo a la tripulación a servir algún aperitivo a los pasajeros.  Tanto en el ascenso como en el descenso el avión daba la impresión de ir al barlovento por los fuertes vientos andinos.  Sin embargo esto no impidió ver la belleza de la cordillera que se viste blanco a todo su largo.


Una vez en Mendoza, el vuelo de conexión para Buenos Aires había sido cancelado, luego de una ya larga espera de más de dos horas donde Aerolíneas Argentinas brilló por su falta de cortesía con quienes esperábamos inútilmente una respuesta.

 El comentario generalizado de los propios argentinos era totalmente decepcionante sobre su Presidenta a quien la llamaban con inmencionables epítetos por sus decisiones desacertadas en lo referente a  política y economía.  Precisamente, durante esta semana Cristina estaba en una franca lucha de recorte de rutas aéreas con Lan Chile que, según los argentinos, era la mejor aereolínea y, desde la estatización de Argentinas, su servicio se ha ido de mal en peor.  Irónicamente, Aerolíneas Argentinas fue incapaz de proveernos una conexión y tuvo que recurrir a Lan Chile para trasladarnos a la capital.  Esta no fue la única ocasión que oí que se referían a la mandataria así, sino que en el taxi, buque, la calle, el hotel, los adjetivos sobraban.


Pese al sinsabor de su gobernante, Buenos Aires deslumbra a cualquiera por su grandeza y belleza.  Su estilo es europeo y llama la atención la escasez de edificios coloniales, pero abunda en cambio la arquitectura de inicios y mediados del siglo XX.  Pero Buenos Aires parece que estuvo predestina a ser grande, su metro lo testifica.  El “Subte”, como lo llaman, data de fines del siglo XIX, donde todavía no había el concepto en Latinoamérica del transporte masivo, pero esta idea fue traída de Europa a Argentina.  Una obra de este calibre indica que la planificación de la ciudad ya era futurística.  Es lamentable que todavía muchas capitales de Sudamérica todavía no logren superar los debates políticos de la construcción de este servicio de transporte.
Pero la ciudad bonarense tiene mayores encantos que su arquitectura y ornato.  La historia se respira en sus plazas.  La Plaza de Mayo, acoge grupos que protestan permanentemente en contra del Gobierno, me llamó la atención una protesta de los veteranos de la Guerra de Las Malvinas que mantenían en pie un cartel que decía “La única derrota está en abandonar la lucha y eso no está en nuestras mentes”.  En el adoquinado de esta plaza se encuentran pintados, como guardianes perpetuos, los pañuelos blancos de las Madres de Mayo que recuerdan a los argentinos y al mundo lo que no se puede olvidar. 

El gobierno de los Kirchner no ha sido de mi agrado, pero debo reconocer que el pueblo argentino al menos tiene la posibilidad de expresarse libremente y protestar, cosa que en Latinoamérica se está volviendo un lujo por el tipo de gobiernos dictatoriales que existen.
Sitios para visitar hay muchísimos, pero fue grato constar que Quino y Gardel tienen un lugar especial en el corazón argentino, estaciones del subterráneo se encuentran decoradas con las tradicionales tiras cómicas de Mafalda y los retratos de Gardel.  Pero estos dos personajes tienen además sus sitios propios donde su memoria permanece viva.  En el Paseo de la Caricatura, se la puede encontrar a Mafalda sentada muy formalmente como dispuesta a dar su opinión a quien quiera escucharla.  Murales y estatuas en alusión al tango de Gardel son parte de la vida argentina y se encuentran por doquier.  El Mercado del Abasto, donde cantaba Gardel, se ha convertido en un sitio obligado de visita que muestra el derroche de las compras en un centro comercial lujosamente decorado; sin embargo, en la misma avenida Corrientes, donde se encuentra el Abasto, a unas cuantas cuadras se localiza el Once, un barrio comercial que marca los contrastes por su pobreza, donde se refugian toda clase de comerciantes e inmigrantes.  La presencia de peruanos, bolivianos, haitianos es notaria por su contraste de piel con los argentinos.  En este sentido, mi persona con su escaso metro y medio y piel mestiza me delataban automáticamente por el contraste con la estatura y blancura de la mayoría de habitantes argentinos.
Contrariamente a lo esperado, la arrogancia argentina -exagerada muchas veces como un estereotipo rioplatense- no resulto tal.  En todo sitio visitado, turístico o no, los argentinos mostraron sencillez y amabilidad y una grata disposición a ayudar al extranjero. Como la música y la comida no pueden estar exentos de la cultura de un pueblo, tuve el privilegio de disfrutar del asado y vino argentino, mientras contemplaba un tango totalmente estilizado sin la carga erótica que, muchas veces, muestran los comerciales.  Este tango tenía más de poesía que de música, porque sus movimientos suaves permitían apreciar la armonía de los cuerpos y no, como lo esperaba, convertirse una lucha de género. 


La visita obligada a las muy famosas librerías argentinas no podía faltar ya que los costos de los libros son muy convenientes y las editoriales ofrecen una gama inagotable de todo tipo de literatura y material escrito.  La impresionante librería “El Ateneo”, ubicada en un antiguo teatro es una experiencia inolvidable para cualquier bibliófilo que se respete.


Finalmente, en el recorrido nocturno de toda ciudad es poder apreciarla desde otro punto de vista, ya que una es la ciudad en el día y otra en la noche.  Pasar por La Bombonera, el Estadio de River, La Radio Nacional cubierta con la imagen iluminada de Eva Perón, el Obelisco iluminado y las concurridas avenidas que nunca duermen es impresionante.  El paseo terminó en Caminito, barrio porteño muy pintoresco y tradicional y , tan pronto uno pone un pie ahí, no puede dejar de pensar en el inolvidable tango “Camino que el tiempo ha borrado…”, pero yo no creo que el tiempo haya borrado mucho en Buenos Aires, sino que le ha permitido mantenerse en el contexto mundial siempre y, más bien me puse a pensar en todo lo que el tiempo no había borrado en Argentina y es la capacidad de lucha que la pude constatar en la Plaza de Mayo con los veteranos y las madres argentinas. 
Caminito… he venido por última vez, he venido a contarte mi mal.

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