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Tratando de entender el imaginario Fidel de los demócratas progresistas

29 de Noviembre de 2016 a las 04:13

Por Ángel E. Álvarez, Ph. D. Por Ángel E. Álvarez, Ph. D.

Toronto. - Murió Fidel al fin. No fue sorpresa para nadie. Desde su retiro parcial en el 2008, muchos esperábamos el anuncio de su fallecimiento. Lo que si sorprende es la reacción a la noticia de parte de demócratas liberales progresistas de América Latina, Europa, los Estados Unidos y Canadá. No me refiero a los comunistas. Es completamente entendible su pesar por la muerte del único líder revolucionario marxista que sobrevivió de alguna manera el cambio de milenio. Me pregunto, eso sí, por qué lideres democráticamente electos, respetuosos y defensores de la libertad, los derechos humanos, la justicia y la equidad, reaccionaron de modo tan emotivo ante la muerte de un tirano, violador de todos los derechos humanos de toda generación, responsable de asesinatos en masa, culpable del éxodo masivo de cubanos usando medios tan precarios para huir de la isla que ponen su vida en riesgo y, muchos de ellos, mueren en el intento.

Fidel destruyó la economía cubana. La fuentes de ingreso de la isla siguen siendo las mismas que 1958: caña de azúcar, tabaco y turismo sexual desde Europa y los países anglosajones principalmente. Ni la eficiencia ni la producción bruta de commodities agrícolas han mejorado en 57 años de gobierno comunista. La explotación de las jineteras por turistas con dólares o euros no se diferencia en nada de la que prevalecía en los casinos y prostíbulos de la Habana de Batista. Cuba fue profundamente dependiente de los subsidios de la URSS hasta el colapso de la potencia comunista y comenzó a vivir del petróleo venezolano a partir del 2000, luego de un penoso “periodo especial en tiempos de paz”, un eufemismo orwelliano para esconder la hambruna administrada desde el Comité Central del Partido Comunista.

Descarto de una vez la teoría conspirativa del anticomunismo ultraconservador, tan irracional en sus elucubraciones como los marxistas ortodoxos militantes. La reacción de los demócratas progresistas no se debe a negocios turbios, ni a un supuesto comunismo vergonzante y agazapado en el fondo de sus corazones, ni a su falta de información o conocimiento de las atrocidades cometidas por Fidel, su hermano Raúl y el régimen que ellos instalaron luego de usurpar una revolución que, en 1958, era una promesa de democratización y autonomía de la histórica sujeción de Cuba, primero a España y luego a los Estados Unidos de América. No es cinismo, maldad ni torpeza lo que explica la reacción de tantos demócratas en el mundo ante la muerte del último icono de la guerrilla latinoamericana.

Tampoco es puro romance. Ciertamente, en el imaginario de cierta izquierda progresista de los países avanzados y latinoamericanos ocupa un lugar muy preciado el mito del buen revolucionario, el guerrillero heroico, el mártir sufrido que renuncia a todas sus comodidades para luchar por su pueblo oprimido, con una guitarra que suena al estilo nueva trova cubana en la mano izquierda y un rife kalashnikov en la derecha. Ese mito está en la mente de bien intencionados académicos, directores cinematográficos, cantantes, novelistas y poetas. Puede que también en la cabeza de algunos lideres políticos. Pero seamos serios, los políticos son mucho más calculadores y racionales que un profesor, poeta o cantautor.

Su afinidad con la Cuba fidelista tiene que ver más bien con el modo torpe, arbitrario y violento con el que los Estados Unidos ejerció su influencia política, su poderío económico y su preponderancia militar en una región del mundo que le intereso solo mientras duro la guerra fría y de la cual se ha desentendido sin mayores complicaciones. Mientras América Latina fue un territorio potencialmente disputado por la URSS, los Estados Unidos promovieron y realizó invasiones, intervenciones, presiones abiertas, derrocamientos de gobiernos “no amigos,” y bloqueos económicos. La escusa fue siempre la defensa del “mundo libre.” Pero para ello, entrenó y usó a militares latinoamericanos que masacraron, torturaron, desaparecieron, asesinaron a miles de activistas sociales, líderes políticos y sindicales, trabajadores, intelectuales, artistas, campesinos y estudiantes en Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, Venezuela, Brasil, Perú, Bolivia y todos los países de Centro América, con excepción de Costa Rica, desde los años sesenta hasta finales de los ochenta. Cuba, en ese contexto, era el estandarte del antiimperialismo. Respaldar a Cuba, en medio de un bloqueo cruel contra el pueblo y que solo servía para justificar la ineficiencia del castrismo, era un modo indirecto de decirle a un aliando poderoso en la OTAN y necesario en las Américas que lo que hacía en América Latina estaba mal, que en sus andanzas en el continente no podían acompañarlo. Lo que murió el 25 de noviembre del 2016 fue la insignia de esa resistencia tácita contra un aliado tan incomodo como necesario. Lo peor para ellos es que muere Fidel con Trump en el poder. ¿Un mal chiste del Titan Cronos?

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