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SON COSAS DEL FUTBOL Reportando desde Río de Janeiro

26 de Junio de 2014 a las 09:03

Fifa

Anabelle, con sus hijos Alberto y Ricardo, en la playa de Copacabana para presenciar la transmisión pública del partido Brasil – Camerún.

 

Por: Anabelle Chacón Castro 

Entrar al Maracaná es fácil, solamente hay que dejarse llevar.  Se siente su energía desde sus alrededores.  Literalmente, tiene vida vibra, se alimenta de miles de espectadores que entran voluntariamente a  sufrir un suplicio innecesario: ver ganar o perder a su equipo.  Ya adentro, ruje con la voz de los cánticos que se entonan en sus graderíos.  Solamente estar ahí disfrutando la fiesta justifica el viaje.  Se va vistiendo de colores, dos primarios generalmente predominan, los de los equipos que juegan.  Los resultados siempre son impredecibles, ahí radica parte de su encanto.  Si no hay la suerte de estar en el estadio, las playas de Copacabana e Ipanema albergan a toda la ciudad porque, literalmente toda la ciudad ve los partidos, especialmente si es el de Brasil. Es un espectáculo impresionante ver como toda la ciudad se moviliza por un encuentro futbolístico.

 

El partido, cualquiera que sea debe ser celebrado y vivido, como lo hace el Nazareno en el cuento “Jesús va al fútbol” de Antonio de Mello, no importa (entre paréntesis porque individualmente sí importa) quien gane sino cómo se juega y cómo se disfruta y la enseñanza que deja es la misma que ha perdurado por siglos, no importa el equipo (religión o cualquier circunstancia) lo que importa son las personas.  Claro que no se puede negar que es un torneo competitivo y que el objetivo es ganar, pero es parte de la pasión por el fútbol: vivirlo. Todo como entretenimiento.  Un viejo adagio chino decía “La religión es el opio de los pueblos”, ahora sería reemplazado por el fútbol que nos da una dosis cada cuatro años.

 

No se puede tampoco perder de vista todo lo que este evento representa.  Hay factores económicos atrás de él, se mueven empresas que lucran de la gente.  Se vuelve plataforma política, qué mejor momento que éste para que la Presidenta Dilma Rouseff anuncie su candidatura a la reelección. Deja un costo social innegable, como un grafitis que vi en una calle de Río: “Brasil no es solamente fútbol”.  Quedan elefantes blancos de una infraestructura deportiva que no volverá a usar y que se trata de justificar los gastos con las Olimpiadas del 2016.

 

Pero hay un ingrediente adicional del Mundial y es la confirmación de que el mundo es androcéntrico, porque se venera la virilidad de los jugadores en la cancha y en cada juego hay una apoteosis de ellos.  El fútbol femenino ha sido vedado durante mucho tiempo, porque siempre se ha mantenido como un derecho de los hombres el practicarlo, disfrutarlo y ahora, lo más importante, administrarlo porque es un negocio jugoso, tanto como los partidos que nos venden.  En esta coronación, a la cual ahora las mujeres se nos ha permitido participar en calidad de espectadoras únicamente, se mueven millones de dinero que nadie pregunta qué pasa ni a dónde van, porque hay un gigante llamado FIFA que se ha vuelto un ente internacional intocable y que es más poderoso que cualquier gobierno, porque ellos determinan todo lo que puede ser usado (léase comercializado) en el evento y si un país califica o no para ser el anfitrión.  Lo curioso es que este organismo no está sujeto a ningún tipo de fiscalización ni goza de ningún tipo de democracia y nadie sabe (ni le importa), simplemente existe.

 

El mundo nos recuerda cada cuatro años que lo rigen los hombres, porque si bien es cierto que se ha avanzado en cuestiones de género, este es un indicativo de que todavía tenemos mucho camino por recorrer.  Nadie habla del Mundial Femenino porque no genera las ganancias que el masculino, ni atrae la atención del planeta.  Estoy segura que quien lee esta columna, no ha de estar informado que el próximo Mundial Femenino es en Canadá, el séptimo en la historia, y que Toronto no es una de las seis ciudades sedes donde jugarán 24 países.  Les recomiendo verlo, con la misma pasión que ahora gozamos de este porque, para quienes no lo han visto, las mujeres somos capaces de tener las mismas destrezas en la cancha y sus partidos no le piden favor a los masculinos.  Claro que esta opinión seguramente no será compartida por el Ministro de Justicia de Canadá, Peter MacKay, quien la semana pasada tuvo unas desacertadas opiniones sobre las mujeres y que serán dignas de ser comentadas por separado.

 

Por ahora, hay que disfrutar del fútbol; siempre me ha gustado y en mis años mozos de universitaria lo comenzamos a practicar, precisamente por eso, por su belleza y porque nos daba un sentido de equidad frente a nuestros compañeros, era una forma de pelear por nuestros derechos.  Sin embargo, la pasión del juego no nos puede cegar a las realidades que lo rodean aunque muchos traten de tapar el sol con un dedo y digan “son cosas del fútbol”.

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