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DONDE UNOS GANAN O OTROS PIERDEN Reportando desde Brasil

19 de Junio de 2014 a las 10:03

Brasil

Anabelle con sus hijos, Alberto y Ricardo, en el Estadio de Brasilia, junto a su anfitriona brasileña Ilca; listo para presenciar el partido Ecuador – Suiza.

 

Por: Anabelle Chacón Castro

Llegar a un evento de esta magnitud no ha sido cosa fácil.  Para comenzar, los vuelos están repletos, las conexiones no son las adecuadas, los equipajes se pierden; en fin, todo lo que puede pasar y no ha pasado, pasa.  Pero a medida que se aproxima al destino, el ambiente se viste de fiesta.  En la última conexión, la mayoría de los pasajeros visten orgullosos su camiseta, no faltan los entusiastas que van anunciando con un fuerte grito el país que ingresa, mientras otro toca la trompeta típica de los estadios y los demás aplauden y rechiflan.  Un audaz se atreve a abrir una botella de licor y repartir tragos a diestra y siniestra, mientras presurosos vienen los miembros de tripulación a impedir la osada acción y confiscar el licor, ante la ruidosa protesta de los pasajeros y la airada petición, en todos los idiomas, que se permita la alcoholizada celebración, pero el capitán acude al rescate y tiene que explicar el licor solamente puede ser dispensado por la tripulación autorizada y pide que se guarde el protocolo para el despegue.  Aunque el vuelo es largo, la travesía se hace corta pues todo el mundo trata de establecer contactos con sus compatriotas y con quienes no lo son, pero siempre con un factor común: fútbol.  Nadie habla de nada más.  El arribo al aeropuerto, es impresionante porque todos los anuncios tienen el mensaje futbolístico de paz y negocio, por supuesto, lo que distrae la vista de los detalles de la realidad, como que las instalaciones del aeropuerto están incompletas y los servicios básicos no se han terminado, pero nada de eso importa cuando se aterriza en la tierra del fútbol para vivir la experiencia de un mundial.  

 

Las ciudades brasileras respiran fútbol, los edificios gubernamentales están vestidos con las mejores galas de los colores patrios, en el día flamean las banderas y en la noche las luces amarillas y verdes los decoran.  Todo el mundo (en restaurantes, mercados, hoteles, tiendas, calles) se muestra orgullosamente brasilero y las calles se encuentran inundadas de los visitantes que muestran también lo suyo. El día del encuentro; cualquiera que este sea, porque entiendo que todo hincha tiene la misma expectativa, ya que por algo se realiza un viaje tan largo y tan costoso; el estadio se llena de dos colores que permiten claramente distinguir la pertenencia de los espectadores.  La alegría y la esperanza son únicas, como si el destino de un país fuese a ser decidido por once hombres.  Es increíble encontrarse con compatriotas que vienen de los sitios más recónditos del país, y hasta del exterior, para ver a su selección, pero se unen con una camiseta que van a alentar.  A esta convocatoria, acuden hasta los mismos vendedores ambulantes, también compatriotas, que ofrecen sus productos autóctonos a sus coterráneos de la misma forma que lo harían en un estadio de su país.  Este detalle es digno de reconocimiento particular por el afán de lucha y el derroche de ingenio de nuestra gente.

 

Ya en el estadio, los cantos y las barras se contraponen, pero se muestra el dominio de los sudamericanos que actúan como dueños de casa.  El partido se desarrolla y es vivido en la canchas y en las gradas, cada jugada se siente en miles de gargantas que la claman o la lamentan.  Se culpa a la madre del árbitro de sus errores, como si la pobre señora fuese la que sopla el pito.  Pero llega lo esperado, el grito de gol que se oye hasta el país de origen, porque se marca en la cancha pero se vive en el país.  Este mismo gol celebrado, se vuelve una puñalada para el equipo contrario y para el país que representan, porque mientras unos ríen y cantan; otros se lamentan y lloran.  Pero el juego continúa y no termina hasta que el pitazo final lo sentencie. Es cuando el marcador se vuelve lapidario para quien pierde y fiesta para quien gana.  La decepción, quema el alma; haber perdido no es el problema, no haber luchado, no haber mostrado dignidad, es lo que duele.  Porque esos once hombres, no valoran lo que el país espera; no representan lo que un pueblo significa, se vuelven indignos de esa camiseta.  En cambio los ganadores son proclamados héroes y hacen feliz a un país entero.

 

No cabe duda que el mundo se ha detenido, nadie quiere saber nada más que fútbol, a nadie le importa quién ganó unas elecciones o si la guerra continúa en algún lugar del planeta.  El fútbol tiene esta magia y es el mejor tiempo, para subir impuestos o enterrar casos de corrupción o matanzas ¿a quién le va a preocupar?  Es un mes donde siempre estarán presentes los dos lados de la moneda: el que gana y el que pierde; como en todo y aunque esto no necesariamente ocurra en una cancha.

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